20 noviembre, 2024
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Sonora: buscar colibríes en el desierto

El cuerpo de Laura Elizabeth Rico fue encontrado sin vida a fines de marzo del 2022, en un domicilio de la ciudad turística de Puerto Peñasco, al noroeste de Sonora. Una semana antes sus familiares la habían reportado como desaparecida. En su ficha de identificación se escribió que tenía 24 años de edad, era delgada, de 1.60 metros de estatura, de ojos color café claro y cabello lacio pelirrojo. Como seña particular se destacaba un tatuaje en forma de colibrí, en tinta color negro, en el pecho, al lado izquierdo, a la altura del hombro.
Una persona notificó a las autoridades el hallazgo de su cuerpo (junto al de dos varones desconocidos), asegurando que ella era una mujer reportada como desaparecida. Fue identificada por la Fiscalía de Sonora precisamente “por característica coincidente de un tatuaje en forma de colibrí en el pecho, a la altura del hombro”, como rezó el comunicado en Twitter. Como en la antigua leyenda azteca, parece que un colibrí sirvió de puente entre el Mictlán y el mundo terrenal, al menos para una identificación forense.
Casos como el de Laura Elizabeth no son únicos en Sonora. El Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDNO) muestra que entre 2006 y febrero de 2022, desaparecieron 4 mil 102 personas; 22% eran mujeres. Con esta cifra, la entidad ocupó la sexta posición en el país con mayor número de personas desaparecidas y la misma si se considera sólo a las mujeres.
En esta tierra la esperanza para los familiares de los ausentes son pocas: apenas un tercio de las personas desaparecidas son localizadas con vida, 2% son encontradas sin vida, como Laura Elizabeth. El resto, 64%, aún permanecen desaparecidas. Después de todo, hasta para los colibríes el desierto es un hábitat difícil.
En este estado del norte del país son poco más de 2 mil 150 los reportes de desaparición de mujeres. El 41% (901) no han regresado a casa.
Llevarse a las mujeres
“Esta siempre ha sido tierra de nadie”, dice un investigador, estudiante de doctorado en El Colegio de Sonora, quien actualmente analiza temas de criminalidad en la región y que, por seguridad, se omite su nombre. Aunque desde hace algunos años él reside en Hermosillo, es oriundo del Valle de Guaymas y conoce al dedillo su estado. Enseguida expresa que, en su opinión, el origen del narcotráfico en la entidad es el detonante de la violencia, pero no sólo eso, también de las desapariciones. En el año 2008 algo similar argumentó la antropóloga Natalia Mendoza en su libro Conversaciones en el desierto. Cultura y tráfico de drogas. En su región, narra el estudiante, “es muy normal que los narcotraficantes, que esas gentes levanten a mujeres, a niñas, las lleven a fiestas, y las maten y las entierren en fosas clandestinas”.
Su narración es por demás macabra y lo sabe: “Así de crudo. La gente dice: ‘Ya ni la chingan, como que de plano no hay ese tipo de nivel de respeto’. Entonces, ya ni eso respetan”.
Los hallazgos de los cuerpos de vida de mujeres en diferentes regiones del estado dan aún más peso a las palabras de la gente: el 31 de marzo de 2021, el cuerpo de Priscila Juárez, una joven de 27 años de edad, desaparecida en Hermosillo, fue encontrado en un predio rumbo a la carretera 26 de Hermosillo. El 8 de febrero de 2022, el cuerpo de otra mujer se halló en un ejido del municipio de Empalme, al suroeste de Sonora. Las autoridades poco o nada han dicho sobre las causas de la desaparición de mujeres, mucho menos si hay relación con los grupos criminales, si son estos o no los responsables de secuestrarlas y desaparecerlas.
Experiencias traumáticas de algunas mujeres que han vivido para contarla se han hecho públicas y muestran la posible relación entre la desaparición de mujeres y el crimen organizado en Sonora: en enero de 2021, por ejemplo, en un periférico de la ciudad fronteriza de Nogales, hombres que bajaron de una camioneta intentaron llevarse a Wendy Cristina, de 24 años de edad. La sujetaron de la chamarra, la amenazaron e incluso uno de ellos la golpeó con un objeto en la cabeza. Wendy Cristina logró zafarse, corrió hasta su trabajo y pidió ayuda.
Si se miran los datos de aquellos municipios del país con más mujeres desaparecidas entre el periodo de 2006 a febrero de 2012, Hermosillo, la capital de Sonora, ocupa el séptimo lugar, con 277 casos. Incluso, está arriba de Toluca, Estado de México, en donde se tienen 268 mujeres desaparecidas, o Zapopan, Jalisco, con 236 mujeres de las que no se sabe dónde se encuentran.
Y si se miran sólo los datos de Sonora, Hermosillo (277), Nogales (142) y Cajeme (109) son los tres municipios con más mujeres desaparecidas. La capital del estado, una ciudad fronteriza y un municipio al sur de la entidad ubicada en la región del valle del Yaqui son ejemplos de la vulnerabilidad de las mujeres en Sonora, de la incapacidad de las autoridades para prevenir su desaparición o al menos para encontrarlas vivas o muertas. Por supuesto, la vulnerabilidad y desaparición de los hombres, de las niñas, niños y adolescentes, es otra historia en la entidad, o mejor dicho, un conjunto de historias desgarradoras que se escriben en toda la geografía del gran desierto que es Sonora.
Desierto de ausentes
Daniel Pérez Bustamante, de 31 años de edad, forma parte de las más de 4 mil personas que en Sonora están desaparecidas, de acuerdo con las cifras oficiales. La última vez que su familia lo vio fue el 12 de enero del 2022, en su domicilio en San Luis Río Colorado. Ya no regresó. Sus familiares denunciaron a las autoridades y comenzaron a difundir su fotografía en redes sociales. Al igual que Puerto Peñasco, lugar donde desapareció Laura Elizabeth, San Luis Río Colorado está asentado en la zona del Gran Desierto de Altar. Es de clima extremo, considerada la ciudad más árida de México. Pero a final de cuentas, Sonora es desierto y también tierra de ausentes, de personas desaparecidas.
Como en otras partes del país, la geografía desértica de Sonora comenzó a resentir las ausencias de las personas desaparecidas a partir de la llamada “guerra contra el narcotráfico”. Los mismos datos oficiales muestran que en el 2006, sólo se tiene a dos personas desaparecidas. Esa cifra se ha ido elevando conforme transcurre el tiempo, sobre todo a partir de 2012 (123 casos). El año más crítico ha sido 2017: se registraron, por lo menos, 729 personas desaparecidas. Aunque las desapariciones cayeron en picada en 2018, los años siguientes, 2019 y 2020, nuevamente recuperaron el alarmante ritmo hasta superar las más de 500 personas desaparecidas. El año pasado, Sonora apenas registró 98 desapariciones, una cifra que no se veía desde antes de 2012 y que podría indicar un subregistro, más que la disminución del problema.
Durante los años en que Sonora sufrió el aumento de las desapariciones de personas, el estado fue gobernado por Guillermo Padrés, del Partido Acción Nacional (PAN). Fue durante su administración (2009-2015) cuando existió una red de tráfico de menores de edad que era manejada por servidores públicos, un caso que ameritó una investigación y recomendación de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH). Cuando Claudia Pavlovich, del Partido Revolucionario Institucional (PRI) gobernaba el estado, entre septiembre de 2015 y 2021, hombres armados asesinaron a integrantes de la familia LeBarón, entre ellos 3 mujeres y 6 menores de edad. A ello se suma la violencia entre grupos criminales que, desde hace unos años, se disputan el territorio y rutas de tráfico ilegal en la entidad.
Según los datos del RNPDNO, en este gran desierto poco más del 50% de las personas desaparecidas se concentran en cuatro municipios: Hermosillo, Nogales, Cajeme, y Guaymas. Estos municipios se encuentran en puntos estratégicos de Sonora: en la costa, en la capital y en la frontera con Estados Unidos. Parece tratarse de un continuum o corredor geográfico de las desapariciones, que casualmente es el mismo usado por grupos criminales para el tráfico de fentanilo, metanfetaminas o personas (de sur a norte) o de armas (de norte a sur). Al final, Sonora es el puente entre el Mar de Cortés, que conecta el sureste asiático, con la frontera de Estados Unidos.
Este desierto también es un lugar de desaparición de migrantes. Y podrían ser más de los que imaginamos. Los primeros días de enero de 2022, una nota publicada en El Universal, replicada por varios medios, reportaba lo que desde hace una década han denunciado defensores de derechos humanos en la zona: grupos del narcotráfico obligan a los migrantes a ser “mulas” para pasar droga a Estados Unidos. En el reportaje se destaca que “tan sólo en el polígono entre Altar, Caborca, El Sásabe y Sonoyta, los colectivos de Madres Buscadoras de Sonora y SOS (Save Our Souls) Búsqueda y Rescate de Arizona cuentan con más de 2 mil fichas de migrantes desaparecidos de 2019 a la fecha”.
En el año 2019, por ejemplo, el periodista Óscar Martínez documentó el secuestro de 300 migrantes en Altar, Sonora, por gente del narcotráfico que no quería que su presencia pudiera llamar la atención de las autoridades estadounidenses y el tráfico de drogas se viera perjudicado. Sólo 120 migrantes fueron liberados gracias a la intercesión de Prisciliano Peraza, el párroco del pueblo. De los demás, según Martínez, “nadie supo más de esas personas. Quizá, sin que nadie se enterara, hubo una masacre a pocos metros de territorio estadounidense, y aquél rancho es ahora un cementerio”.
Las más de 2 mil fichas de migrantes desaparecidas de 2019 a la fecha, así como lo documentado por Martínez, choca con los siete casos de migrantes que, según el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDNO), han desaparecido en Sonora. Como lo han denunciado los colectivos de búsqueda, en México existe un grave subregistro en el número de personas desaparecidas.
PEQUEÑAS VÍCTIMAS
En agosto del año 2020, la señora Martha Félix Blanco, de Hermosillo, Sonora, perdió a tres de sus familiares. Primero, el día 15 del mes, desaparecieron su hija Ivonne Elizabeth Castillo y su nieto Jesús Johan Cruz. Dos días después pasó lo mismo con su hijo Julián Francisco Castillo. Martha Félix Blanco comenzó una búsqueda incansable de sus familiares, incluso se unió al colectivo Madres Buscadoras de Sonora, pero la muerte la sorprendió 11 meses después.
Casos como el de los familiares desaparecidos de Martha dan pistas sobre el perfil de las personas que desaparecen en Sonora: adultos y menores de edad, hombres y mujeres, en Hermosillo o en alguna otra ciudad del estado. Los datos del registro nacional de las desapariciones muestran que estas no distinguen edades ni sexo de las personas, pero sí son claros al evidenciar que, cuando se trata de adolescentes, desaparecen más mujeres que hombres; y cuando se trata de adultos, desaparecen más varones.
El tema de los menores de edad desaparecidos en Sonora no es para menos, de hecho es muy grave. A mediados de mayo de 2019, también en San Luis Río Colorado, se reportó la desaparición de Itzel: una niña de siete años de edad. De inmediato se generó una Alerta Amber: la notificación de desaparición de un menor de edad y su difusión por diferentes medios de comunicación. Desafortunadamente, una semana después fue encontrada sin vida y semienterrada, muy cerca de donde fue vista por última vez. La Fiscalía General de Justicia en el Estado calificó el hecho como feminicidio.
En contextos como Sonora no hay que descartar que el fenómeno puede estar relacionado con actividades de grupos criminales. En esta entidad, se ha hecho público en redes sociales que algunas niñas y adolescentes han sido secuestradas, abusadas sexualmente y asesinadas por delincuentes; también que niñas y niños han sido víctimas de trata, como sucedió en el año 2015, con la participación o contubernio de algunas autoridades.
El panorama de los últimos años no es alentador.
En el Informe del contexto de desapariciones en Empalme, Guaymas y Cajeme, Sonora, publicado en abril de 2022 y elaborado por El Colegio de la Frontera Norte (El Colef) a partir de una base de datos creada con los desplegados de Alerta Amber Sonora, se destaca que de febrero de 2015 a abril de 2021 desaparecieron 111 menores de edad, de los cuales 28% no fueron localizados, 71% fueron localizados vivos y un 1% fue localizado muerto. Desaparecieron más niñas (62%) que niños (38%), específicamente niñas que eran adolescentes (81.2%), pues oscilaban entre los 10 y 18 años de edad; y más niños menores de 14 años (80.9%). En parte esto no sorprende, pues los datos oficiales muestran la misma tendencia de desapariciones por sexo y rango de edad desde los años sesenta.
La información derivada de esa base de datos también revela otros aspectos de la desaparición de menores de edad en Sonora, que poco o nada se han hecho públicos. Por ejemplo, que el 45% de los casos se reportaron en los meses de febrero, abril, julio y septiembre. A priori esto no dice nada hasta que la información es vista desde una perspectiva menos sociológica y más antropológica que infiere el posible vínculo de las desapariciones con épocas del año en que hay celebraciones comerciales o cívicas, o con el tiempo en que arriban familias migrantes que laboran como jornaleras.
Otro aspecto que destaca del análisis de la base de datos es la geografía de las desapariciones. Hermosillo es el municipio que concentra la mayoría de esas ausencias: un 34.2%. Le sigue Cajeme con 16.2%. Y finalmente Nogales con 13.5%. En otras palabras: solamente tres municipios de la entidad concentran el 63.9% de las desapariciones de menores de edad.
Hay algo más que se hace visible en la base de datos: la fenotipología de los menores de edad desaparecidos, en particular sus rasgos físicos. Por un lado, se destaca que desaparecen más menores de edad que son delgados (58.5%), les siguen aquellos de complexión regular (32.4%) y los restantes son robustos. Por otro lado, desaparecen más menores de tez morena-clara (52.2%), les siguen los de tez blanca (26.1%) y finalmente los de tez morena (19.8%).
Buscando colibríes
En la leyenda azteca, los colibríes sirven de puente entre el Mictlán y el mundo terrenal porque fueron designados por los dioses para recoger y transmitir los pensamientos y el amor de un alma a sus seres queridos. Mujeres como Martha Félix Blanco, de Hermosillo, buscaban con ahínco algún colibrí que le diera recado de su hija Ivonne, su hijo Julián o al menos de su nieto Jesús. Por eso emprendió una búsqueda incansable y se unió a Madres Buscadoras de Sonora hasta que la muerte la sorprendió antes de encontrar a un colibrí que le diera alguna noticia.
Martha no es la única madre que ha perdido a familiares en Sonora. Tampoco lo es el colectivo al que se unió. De hecho, a mediados de marzo del presente año se reportaba que en Sonora se han formado 12 colectivos para rastrear el desierto en busca de sus seres queridos desaparecidos, aunque ello a veces significa que las madres o padres buscadores pierdan la vida, como Nemopuceno Moreno —asesinado en noviembre de 2011— o como Gladys Aranza Ramos, quien en julio de 2021 fue secuestrada y asesinada por hombres armados, quienes posteriormente tiraron su cuerpo en un ejido de Guaymas.
Buscar a las personas desaparecidas en Sonora, como en otros estados del país, se ha vuelto una actividad de (des)esperanza mezclada con el peligro para los familiares de las víctimas. ¿Qué significa buscar a un desaparecido? Se preguntó hace poco Claudio Lomnitz, un reconocido antropólogo que ha hecho trabajo de campo en México y ahora labora en la Universidad de Columbia. Él mismo respondió: “Buscar significa defender el derecho a ser buscado, y también el derecho a ser encontrado. Significa explicar que nadie merece desaparecer”. Para el antropólogo, los familiares de las personas desaparecidas se volvieron “la conciencia de una sociedad que ha perdido la conciencia”. Y en el desierto de Sonora, encontrar personas desaparecidas o colibríes que den algún mensaje, requiere de esto y más.