La tecnología mejora la vida en muchos sentidos, pero confiar demasiado en ella también nos hace vulnerables a que al acabarse la batería de los dispositivos nos volvamos seres inútiles. Los adultos han asumido la necesidad constante de internet, pero los jóvenes han nacido directamente con ella
Hace poco fui testigo de cómo una mujer ―pongamos que se llama Elena y que es mi madre― se fue al dentista y se olvidó el móvil en casa. No le hizo falta para distraerse en la sala de espera. A juzgar por la cantidad de anécdotas que compartió después, fue un rato de lo más entretenido. Aun así, se dio cuenta de la ausencia del teléfono y le dio vueltas a qué hacer en caso de tener que contactar con su casa. Lo más fácil, pensó, era que desde el dentista le dejasen llamar a su hija ―una servidora―, pero no se acordaba bien del número. Aún más grave: también era incapaz de recordar la secuencia de dígitos del teléfono fijo. Acaba en 67, lo sabe perfectamente porque lo ha apuntado durante décadas en un sinfín de formularios, se lo ha estado dando a conocidos hasta hace relativamente poco y, aun así esa mañana, sabiendo que estaba equivocada, se le había antojado que acaba en 35. Elena, que tiene 58 años ―muy bien llevados― y ha vivido la mayor parte de su vida sin móvil, llamando a sus padres desde cabinas y parándose de pie frente al trinchero del salón para responder a sus amigos, es incapaz de recordar el número de su propia casa, que no ha cambiado en casi 30 años, porque ya no le hace falta. Entonces, ¿para qué van a esforzarse en memorizar este tipo de información quienes directamente han nacido sin esa necesidad?
“El móvil se utiliza para todo y lo que hacemos es desentrenar el cerebro evitando que pueda realizar esas actividades”, resume la neuropsicóloga Rocío Sánchez-Carrión, especialista en rehabilitación neuropsicológica y telerrehabilitación cognitiva del Institut Guttmann, en Badalona. En 2015, la firma de seguridad informática Kaspersky Lab ya hizo un estudio sobre lo que llamaba la “amnesia digital” y concluyó que la mayoría de los españoles no podía recordar de memoria números de teléfonos importantes, como el de sus hijos (44%), el del colegio de sus hijos (90%), el de su trabajo (51%) o el de su pareja (20%). Casi una década después, las actividades a las que se refiere Sánchez-Carrión van mucho más allá de recordar números. Lo abarcan todo, desde buscar en Google Maps la dirección del bar en el que has quedado con tus amigos y dirigirte hacia ahí sin levantar la vista del monigote de la pantalla hasta buscar cómo hacer croquetas en internet en vez de consultarle a tu abuela. “El hecho de no preguntar y fiarse plenamente de lo que encuentran en internet probablemente haga que los jóvenes tengan más dificultad para desarrollar el análisis crítico de si lo que están viendo es información verdadera o sesgada. Muchas veces se quedan con lo primero que encuentran”, apunta la experta.
Esto, dice, también limita las relaciones sociales, “aunque sea solo para preguntar dónde está la farmacia más cercana”. Algo similar señala Martín Piqueras, profesor de OBS Business School y experto en Estrategia Digital en Gartner. “Hemos perdido un poco el espíritu crítico, ese interés humano por explorar. ¿Cuántas veces vamos paseando por algún sitio sin rumbo fijo y de repente descubrimos una tienda nueva o descubrimos un paseo bonito o un paisaje cuando en realidad íbamos a comprar zapatos? Guiarnos por la tecnología nos impide disfrutar del viaje, de la parte humana de ese trayecto. Son experiencias muy diferentes y nos estamos moviendo un poco mecánicos”, reconoce.
Gartner, la empresa en la que trabaja Piqueras, “ofrece herramientas que permiten tomar decisiones más rápidas e inteligentes”, según anuncia su página web. Por eso, él insiste en diferenciar entre “una herramienta que te permita tomar decisiones, de una que tome decisiones por ti”. “Si yo dejo que mi teléfono recuerde los números, esta herramienta no toma la decisión de llamar por mí, yo la tomo. Otro tema es que me olvide de los números, y cuando lo necesite si no tengo esta herramienta no pueda llamar a nadie. Eso es un problema más cognitivo que de inteligencia o decisión. Con el coche, por ejemplo, el GPS sí que toma ciertas decisiones por nosotros: ‘Tira por aquí, tira por allá’. Y ahí nos dejamos llevar porque confiamos en la herramienta”, ejemplifica. Para él, el problema de la inteligencia artificial que rige cada vez más nuestras vidas a través de móviles y ordenadores es que no muestra de una forma obvia cuándo la estamos usando bien ―para transcribir más rápido, aunque con posterior revisión humana, parte de las entrevistas de este artículo, por ejemplo― o mal: “Y ahí es donde tenemos el riesgo de perder nuestra capacidad de tomar buenas decisiones”,
Un estudio sobre la memoria publicado por el neurocientífico Don Arnold en 2022 revela que la dependencia de la tecnología puede conducir a una pérdida de las sinapsis de los viejos recuerdos debido al desuso. En el lado opuesto, participar en actividades cognitivas ayuda a compensar los efectos de los problemas y enfermedades subyacentes de la memoria, según explica otra publicación de la revista Scientific American de 2021. La neurocientífica española Mar González es una de las investigadoras detrás de este artículo y, aunque rehúsa hablar del tema por el nuevo puesto que ocupa en Google, sí que comparte algún texto en el que expresa los resultados de las investigaciones que hizo cuando todavía trabajaba para Microsoft. “Por un lado, estamos delegando las capacidades cognitivas a estos dispositivos. Por otro, nos permiten ser más aventureros. Sabemos que podemos ir más allá y tener una técnica alternativa para asegurarnos de que llegamos a casa, incluso para las personas ciegas y con baja visión”, defendió en declaraciones a la BBC.
Se ha usado a menudo el ejemplo de los taxistas de Londres, que tienen un hipocampo más grande que la población general porque refuerzan ―o reforzaban― constantemente el recuerdo de las direcciones a las que les piden dirigirse, según un estudio del año 2000. Ahora es habitual subirse a un taxi, dar una dirección y que el conductor se la repita al móvil que lleva sujeto en el salpicadero para buscar la mejor ruta, fiándose más del navegador que de su propia experiencia. Los taxistas, como el resto de la población, han asumido las facilidades que otorgan las nuevas tecnologías, aunque sea en detrimento de su superhipocampo. Pero quienes han nacido en este siglo, ni siquiera han tenido que adecuarse a nada, dan estas comodidades por hecho. “Los adultos tenemos muchas más herramientas porque al menos tenemos la capacidad de entender lo que era la vida sin internet. Nos distrae igual, nos quita capacidades, pero lo gestionamos muy diferente”, opina Marc Masip, psicólogo experto en adicción a las nuevas tecnologías y director del instituto psicológico Desconect@.
Como está pasando ahora, en el presente, todavía es pronto para saber qué efecto tendrá a largo plazo el uso continuo del móvil y sus aplicaciones en el desarrollo de los cerebros de los jóvenes, según apunta Sánchez-Carrión. Pero algunas consecuencias ya son palpables. “Sobre todo afecta a nivel atencional”, advierte la experta. Esto se traduce en una mayor dificultad para concentrarse en tareas que duren más que un vídeo de TikTok y repercute en todo: en que cada vez cueste más atender en clase, ver una película del tirón o en que a estas alturas del artículo sean pocos los que prosigan su lectura ―además de Elena―. “Los estudiantes de hoy en día, cuando tengan que ser los que dirijan las empresas, no sé si podrán analizar mucho rato información compleja porque necesitan constantemente cambiar de estímulo”, presagia la neuropsicóloga.
Cuando no estamos atendiendo a una experiencia, es menos probable que la recordemos correctamente, y menos experiencias recordadas podrían también limitar la capacidad de tener nuevas ideas y ser creativos. “Hay una parte del aprendizaje que se basa en el ensayo y error, pero si directamente tienes las respuestas al segundo, probablemente al cabo de un rato no las recuerdes porque no has tenido que esforzarte, y eso afecta en muchos sentidos”, lamenta Sánchez-Carrión. Masip también destaca a los adolescentes como los principales afectados por el uso constante del móvil como extensión de su propio cerebro. Él, dice, lidia a diario con pacientes que presentan problemas de fracaso escolar, incapacidad para relacionarse, conflictos familiares o aislamiento social, lo que a veces acarrea consecuencias más graves, como autolesiones o pensamientos suicidas.
Pero que no cunda el pánico porque todavía hay una esperanza para no quedar totalmente perdido y desmemoriado si se le acaba la batería al teléfono. El olfato. El tálamo que transfiere información a partes del cerebro que almacenan recuerdos a largo y corto plazo se activa mediante este sentido, por eso hay olores que desencadenan nítidamente reminiscencias del pasado. La evocadora magdalena de Proust, el sencillo plato de ratatouille que transporta al estricto crítico gastronómico hasta su niñez en la película de Pixar (Ratatouille). Podemos olvidarnos del número de casa, hasta del camino a ella, pero no de su olor. Eso es algo que la tecnología, todavía, no puede imitar.
Tomado de El Pais.