A lo largo del desarrollo del capitalismo hemos visto cómo la situación de las clases trabajadoras no mejora, que, al contrario, son cada vez más los que padecen las consecuencias negativas de un sistema basado en la búsqueda de la máxima ganancia. Ya a mediados del siglo XIX Carlos Marx, en su Manifiesto Inaugural de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT) de 1864, ponía en evidencia una de las contradicciones inherentes al sistema; por un lado, se crea una gran cantidad de riqueza fruto del trabajo social, y por otro, esta es acaparada por una minoría, mientras que la gran mayoría se quedaba en la miseria:
“Es un hecho notabilísimo-decía Marx- el que la miseria de las masas trabajadoras no haya disminuido desde 1848 hasta 1864, y, sin embargo, este período ofrece un desarrollo incomparable de la industria y el comercio”.
Es decir, a pesar de que ese periodo es conocido como el “siglo de oro del libre cambio”, no lo es para los trabajadores. Líneas más abajo, Marx expone cómo la burguesía británica “pronosticaba que si la exportación y la importación de Inglaterra ascendían a un 50 por 100, el pauperismo descendería a cero” y al mismo tiempo nos recuerda las palabras del canciller del Tesoro de cómo había aumentado la exportación y la importación de manera extraordinaria, pero, el mismo canciller, se daba cuenta de realidad de “los que viven al borde de la miseria», en los «salarios… que no han aumentado», en la «vida humana… que de diez casos, en nueve no es otra cosa que una lucha por la existencia»”. Esta realidad que describe Marx para Inglaterra se ha generalizado prácticamente a nivel mundial en el siglo XXI, dónde el acaparamiento de la riqueza ha adquirido proporciones aberrantes.
Otra cosa importante que destacar del Manifiesto Inaugural es la parte en la que Marx, con la lucidez que lo caracterizaba, prácticamente describía el desarrollo del capitalismo, al decir que:
“ni el perfeccionamiento de las máquinas, ni la aplicación de la ciencia a la producción, ni el mejoramiento de los medios de comunicación, ni las nuevas colonias, ni la emigración, ni la creación de nuevos mercados, ni el libre cambio, ni todas estas cosas juntas están en condiciones de suprimir la miseria de las clases laboriosas; al contrario, mientras exista la base falsa de hoy, cada nuevo desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo ahondará necesariamente los contrastes sociales y agudizará más cada día los antagonismos sociales.”
Basta mirar la historia reciente para darnos cuenta de los contrastes sociales son más agudos que nunca, en una época en que la producción material ha alcanzado tal nivel en el que las necesidades de la población mundial pudieran estar satisfechas, y que, sin embargo, por seguir sobre la “base falsa” de la producción por la producción o para la máxima ganancia, no se han podido resolver.
Sin embargo, Marx no era catastrófico o derrotista, ante esa realidad tenía claridad de cual debería ser el camino por seguir para dar solución a los problemas: La conquista del poder político ha venido a ser, por lo tanto, el gran deber de la clase obrera. Para él, la clase obrera cuenta ya con el elemento del triunfo, ese que se lo da su número, pero tampoco es ingenuo y advierte que “el número no pesa en la balanza si no está unido por la asociación y guiado por el saber”, es decir, la ciencia del materialismo histórico.
Ahora bien, ¿por qué es importante recordar un documento que fue escrito hace 160 años? Ciertamente, el interés de recordarlo debería estar en toda la clase trabajadora mundial, pues las condiciones de la misma son más graves que cuando fue escrito. Basta con ver lo expuesto por la Oxfam para darnos cuenta de que el llamado de Marx no ha perdido vigencia.
Ya desde el informe titulado Premiar el trabajo, no la riqueza de enero de 2018, Oxfam, nos informa que la riqueza acumulada por unas cuantas familias a nivel mundial era tanta que con ella se podría acabar con la pobreza extrema en el mundo hasta siete veces; así mismo, informa que de 2006 a 2015 los salarios aumentaron 2% anual, mientras que la riqueza de los millonarios, en 13% anual. A estos datos de por sí ya alarmantes, se suman los del nuevo informe Desigualdad S.A., en el que menciona que la riqueza de las cinco personas más ricas del mundo se ha duplicado, “que 1% más rico posee 43% de los activos financieros globales”, mientras que la de 5000 millones de personas se ha reducido, y que para muchas personas el hambre es una realidad cotidiana. Según Oxfam, las cuatro principales formas en las que los ricos se han vuelto más ricos son: 1) premiando a los ricos y no a las y los trabajadores, 2) evadiendo y eludiendo impuestos, 3) privatizando los servicios públicos y 4) impulsado el colapso climático. Como podemos ver, las espaldas sobre las que se recarga la riqueza acaparada por unas cuantas familias a nivel mundial son las de los trabajadores. Pero no solo eso, sino que, en su afán de acumular riqueza, estas familias están destruyendo las bases materiales de la vida misma al acelerar el deterioro de la naturaleza. Pasamos del siglo de oro del libre cambio a la edad dorada de la desigualdad, como bien lo expresa Oxfam.
Por otro lado, el informe de Oxfam México de 2024 titulado El monopolio de la desigualdad. Cómo la concentración del poder corporativo lleva a un México más desigual, nos muestra una realidad no menos alarmante. No solo nos informa que Carlos Slim acumula tanta riqueza que casi 63.8 millones de mexicanos, y que la riqueza de German Larrea creció un 70% en menos de cuatro años, y que en conjunto, Slim y Larrea poseen la misma riqueza que 334 millones de personas pobres de América Latina y el Caribe.
Un aspecto importante para destacar de este informe es la “relación de conveniencia entre el poder económico y el poder político”. Estas grandes fortunas no se hicieron con base en el esfuerzo y trabajo de los empresarios, ni a la llamada meritocracia, sino al control del estado por parte del capital. Desde las privatizaciones hasta los bajos salarios y el control que se ejerce sobre la clase trabajadora.
Esta relación entre el poder político y económico no es algo que haya pasado en los 80 y se haya terminado ya, sino que ha sido en los últimos cinco años en los que las fortunas de los ricos se han incrementado a partir de una transferencia de riqueza del Estado a lo privado. Los ricos, antes, como ahora, gozan de protección y privilegios que las clases trabajadoras no.
El informe abunda en datos claros sobre cómo los ricos se hacen más ricos y los pobres más pobres, pero no es necesario hacer un detallado resumen. Sin embargo, nos sirve para preguntarnos ¿qué debe hacer la clase trabajadora mexicana para cambiar la situación? Y la respuesta está dada más arriba por Marx: la conquista del poder político.
Hasta hoy, en nuestro país el poder político ha sido monopolizado por los partidos, mismos que una vez en el poder no han sido sino administradores de los negocios de los ricos, mientras que los mexicanos solo son vistos como fuentes de votos. Por eso conviene recordar la tarea de Marx: la toma del poder político por parte de la clase trabajadora. Este llamado es la única salida a una realidad que se vislumbra catastrófica, y hoy, en tiempos de efervescencia electoral no podemos olvidar.